En 1823, el presidente James Monroe sentenció: «América para los americanos». No era una invitación a la unidad, sino una advertencia: Estados Unidos se reservaba el derecho de controlar todo un continente. Doscientos años después, Donald Trump recicla el mensaje en versión MAGA, envuelto en titulares espectaculares que encienden a sus seguidores y preocupan al resto del mundo.
Su hoja de ruta para América Latina es simple y brutal: explotar el miedo a la inmigración, usar los aranceles como instrumento de sumisión incluso contra socios del TLC como Canadá y México, y tejer alianzas con líderes afines, como Bukele en El Salvador, pese a su intención de perpetuarse en el poder y a las denuncias internacionales por violaciones de derechos humanos.
México y Colombia han protestado ante sus amenazas de enviar tropas contra los cárteles, pero Washington mantiene su vieja táctica: presión económica, diplomática y, cuando lo considera necesario, militar.
A Colombia la presiona por el juicio al expresidente Álvaro Uribe por corrupción y tráfico de influencias. Conviene recordar que, durante sus ocho años de gobierno, se registraron más de 4.000 ejecuciones extrajudiciales.
Brasil se enfrenta a uno de los aranceles más altos impuestos por Trump (50 %), después de que el Tribunal Supremo ordenara el arresto domiciliario del expresidente Jair Bolsonaro por su presunta implicación en un golpe de Estado y por el liderazgo ejercido por Lula en el grupo BRICS, que busca contrarrestar el potencial económico estadounidense.
Y de nuevo le toca el turno a Venezuela, al duplicar hasta 50 millones de dólares la recompensa para quien aporte información sobre la supuesta relación del presidente Nicolás Maduro con el cártel de Sinaloa en México.
La lista de intervenciones estadounidenses en la región es un archivo turbio: 16 golpes de Estado confirmados, 9 invasiones y más de una docena de operaciones encubiertas desde 1906. Cuba, Brasil, Venezuela, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Haití, Chile, Argentina… nombres distintos, misma historia.
Porfirio Díaz lo dijo con amargura: «Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos». Hoy la frase podría grabarse en todo el mapa latinoamericano. Y, si el mundo se descuida, también en otros continentes.
No basta con resistir. Es hora de actuar, de unir fuerzas por la supervivencia de los pueblos, de asumir la responsabilidad política que corresponde a las y los gobernantes de la región. También es hora de un diálogo transformador entre España y América Latina que asuma el pasado colonial y apueste por un futuro común basado en la cooperación, el respeto y la soberanía compartida. Tal vez así seamos capaces de construir un porvenir mejor.
JCVV / El Internacionalista convencido
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