domingo, 5 de octubre de 2025

Naciones Unidas: la democracia pendiente

 


 

La 80ª Asamblea General de la ONU en Nueva York nos recuerda tanto el valor de este organismo como sus límites. Fundada en 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, la ONU nació con 51 países que se comprometieron a mantener la paz, fomentar la amistad entre naciones y promover el progreso social y los Derechos Humanos. El propósito era claro: evitar a toda costa los horrores de la guerra (en las dos guerras mundiales murieron más de 90 millones de personas). Sin embargo, 80 años después, los conflictos siguen golpeando sobre todo al Sur Global, en territorios estratégicos para las potencias occidentales.

 

En esta última Asamblea, varios Estados reconocieron a Palestina y se planteó la necesidad de un nuevo diálogo de paz. Pero, una vez más, el derecho a veto bloqueó las decisiones. Este privilegio, reservado desde 1945 a Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido, sigue pesando como una losa. En aquel entonces la mayoría de África y Asia eran colonias, pero hoy la ONU cuenta con 193 Estados miembros que deberían tener voz y voto en igualdad.

 

La contradicción es evidente: se habla de democracia global, pero cuando se tocan los intereses geopolíticos de los más poderosos, se impone el veto. Cada año, desde 1992, la Asamblea General exige el fin del bloqueo económico de EE.UU. contra Cuba. En 2024, 187 países lo votaron, frente a solo dos en contra (EE.UU. e Israel) y una abstención (Moldavia). Aun así, el embargo sigue en pie. Lo mismo ocurrió con la resolución que acusaba a Israel de genocidio en Gaza: Washington la vetó de nuevo.

 

La desigualdad diplomática quedó crudamente expuesta en esta 80ª Asamblea. EE.UU. denegó el visado al presidente del Estado de Palestina, Mahmud Abás, y a 80 funcionarios de su gobierno, impidiéndoles participar de forma presencial en la sesión. Mientras tanto, Netanyahu habló sin problema alguno, pese a las órdenes de detención de la Corte Penal Internacional por presuntos crímenes de guerra y de lesa humanidad. La mayoría de las delegaciones abandonó la sala durante su intervención, un gesto simbólico que evidenció su enorme descrédito internacional.

 

Otro momento llamativo fue el discurso de Donald Trump, que habló 57 minutos cuando el máximo es de 15. Atacó a la ONU y a Europa, asegurando que “vuestros países se están arruinando por la migración”. Los datos lo contradicen: en 2024 la inmigración aportó 781.000 millones de dólares al PIB de EE.UU. y 97.000 millones en impuestos solo los indocumentados. En Europa, la inmigración sostiene el crecimiento, la sanidad, los cuidados y el sistema de pensiones en un continente envejecido. En España, los 2,9 millones de trabajadores extranjeros cotizantes son esenciales para pagar jubilaciones y prestaciones.

 

Trump también criticó las energías renovables, calificándolas de “nefastas y destructivas”, pese a que los informes de Naciones Unidas sobre el cambio climático llevaron en 2023  al secretario general, António Guterres, a denunciar que las grandes empresas están bloqueando la acción climática con su dinero e influencia, advirtiendo que “la humanidad ha abierto las puertas del infierno”. Recientemente, en las negociaciones arancelarias, EE.UU. obligó a la UE a triplicar sus importaciones energéticas desde Estados Unidos, lo que supuso una dependencia aún mayor y un gasto de 750.000 millones de dólares en petróleo, gas y combustible nuclear.

 

Presumió también de sus logros en el comercio, ignorando que había roto las reglas de la OMC para imponer su “América primero”. Se colgó medallas por supuestos avances en seguridad, reclamó el Nobel de la Paz y presentó un plan para Gaza elaborado por su yerno Jared Kushner y Tony Blair, su socio en negocios inmobiliarios. La credibilidad de Blair ya había quedado en entredicho en 2009, cuando el informe Iraq Inquiry, dirigido por Sir John Chilcot, concluyó que el 'expremier' británicohabía exagerado deliberadamente la amenaza de Irak para justificar la guerra de 2003.

 

Trump, sin embargo, no dijo nada del armamento entregado a Israel para bombardear Gaza (en dos años Israel ha lanzado sobre la franja 100.000 toneladas de explosivos), ni de los asesinatos extrajudiciales en las costas de Venezuela.

 

No todo fueron sombras. Algunos países del Sur Global plantaron cara. El discurso del presidente colombiano Gustavo Petro, crítico con EE.UU. e Israel, incomodó a Washington. De hecho, Estados Unidos le revocó la visa alegando “acciones imprudentes e incendiarias” durante una protesta propalestina en Nueva York. Lo que realmente molesta es que el Sur Global se organice y alce la voz en Naciones Unidas.

 

En algo, sin embargo, tenía razón Trump: la ONU necesita una profunda reforma. Es necesario reforzar la cooperación multilateral frente al unilateralismo de las potencias, modernizar la organización, renovar el compromiso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), corregir sus deficiencias y superar las diferencias entre el Norte y el Sur Global, avanzando hacia un sistema mundial más justo. Un sistema que incluya la descolonización de la economía, la redistribución equitativa de los recursos y el acceso compartido a los beneficios de un desarrollo humano sostenible y, por supuesto, el fin del derecho a veto.

Tal vez así pueda llegar, por fin, una verdadera democracia internacional a Naciones Unidas, y el mundo entero —no solo unos pocos grupos privilegiados— se beneficie de ella.

 

J.CVV / El Internacionalista convencido

 

 


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