Pero cuando se trata del emperador, no hay negociación posible: solo pleitesía.
El 1 de agosto de 2025 marcó un punto de inflexión. Ese día, gran parte de las potencias mundiales —con la Unión Europea, el Reino Unido y Japón a la cabeza— decidieron inclinarse ante Estados Unidos y aceptar un nuevo tablero del capitalismo global.
El mundo ha entrado en una era en la que la ley del más fuerte no solo impera, sino que se ha legitimado públicamente.
Aranceles y vasallaje
En pocos meses, Estados Unidos lanzó una ofensiva arancelaria sin precedentes, imponiendo impuestos a diestra y siniestra. Fue un ataque directo a la globalización, el mismo sistema que tanto lo había beneficiado, pero que también permitió el ascenso de nuevos gigantes como China.
En este contexto, el G20 intenta defender un orden multipolar, mientras los BRICS+ se presentan como alternativa al G7. La ONU, creada para mantener la paz y la cooperación, ha perdido peso político, si es que alguna vez lo tuvo.
El mensaje de Washington es claro: quien obedezca será socio; quien se resista, enemigo. A Canadá le amenaza con un 35% de arancel por reconocer a Palestina. A Brasil, con un 50%, pese a que Estados Unidos mantiene allí un superávit comercial, en parte por el juicio a Jair Bolsonaro y el liderazgo de Lula en los BRICS. Con España, Trump respondió a la negativa de Pedro Sánchez de elevar el gasto militar al 5% del PIB con un tajante: «Haremos que pague el doble».
Incluso Colombia recibió advertencias: Marco Rubio defendió a Álvaro Uribe tras su condena por soborno y fraude procesal, ignorando las más de 4.000 ejecuciones extrajudiciales documentadas durante su mandato. La señal es inequívoca: quien cuestione el guion del imperio será castigado.
Europa: gigante económico, enano político
Europa debe elegir entre un capitalismo soberano o uno subordinado a Estados Unidos. En plena reconversión industrial y tecnológica, ha optado por la sumisión. La escenificación fue clara: una reunión en el club de golf privado del presidente norteamericano, no en un foro institucional.
Trump evita el poder blando de la ONU o la diplomacia y prefiere la confrontación, el caos y el espectáculo. Respaldar el genocidio israelí contra Palestina es parte de su estrategia: dividir al mundo, reavivar odios y ganar margen frente a China.
El neoliberalismo ha mutado en un capitalismo de enfrentamiento, que se prepara para un mundo dominado por la inteligencia artificial y la robótica, sin necesidad de deslocalizar la industria ni depender de migración en un Occidente envejecido. Para ello, había que saltarse las reglas y organismos creados por el propio sistema —FMI, OMC, ONU—. Solo un líder con poder casi absoluto podía hacerlo.
La estrategia norteamericana
Estados Unidos sabe jugar sus cartas. Obama expulsó a 2,7 millones de indocumentados y ordenó más de 400 ataques con drones —ocho veces más que Bush—, causando miles de muertes, muchas de ellas civiles. Y aun así, recibió el Nobel de la Paz.
Biden mantuvo la misma línea. Y con Trump, el mundo se rindió rápidamente. En la cumbre del G7, logró que sus multinacionales quedaran exentas del impuesto mínimo del 15% en Europa, redujo impuestos a los más ricos en su país y recortó ayudas sociales, sin perder apoyo electoral.
En solo seis meses, impuso acuerdos desiguales a Japón, Alemania y la UE. Amenaza con aranceles del 50%, luego los baja al 15%, jugando con sus aliados como el gato con el ratón. Europa pasó de un 2% a un 15% en aranceles.
El dólar cayó un 12,7% frente al euro, encareciendo un 25% las exportaciones europeas, pero sin afectar a los servicios digitales estadounidenses que inundan Europa. Trump presiona a la Reserva Federal para que baje más los tipos, buscando exportaciones aún más competitivas.
La UE, además, comprará energía estadounidense por 750.000 millones en tres años, frenando las renovables, e invertirá 600.000 millones en Estados Unidos, incluyendo armamento. No es solo dinero: es aceptar que el imperio que dominó la globalización ha cambiado las reglas y que su emperador dicta el guion.
El futuro de Europa
Europa debe decidir si quiere ser sujeto o vasallo. Necesita invertir en juventud, tecnología responsable, capital humano e igualdad de oportunidades. Fortalecer la democracia participativa, reducir la burocracia que protege a las élites y apostar por una educación transformadora que incluya equidad de género, interculturalidad y respeto a los derechos humanos.
Debe cuidar a sus mayores y recuperar la confianza de los jóvenes, hoy desencantados y atraídos por la extrema derecha. Reformar Naciones Unidas para eliminar privilegios como el Consejo de Seguridad y apostar por los ODS, la cultura y la diversidad como ejes de cohesión global.
Tiene además una deuda histórica: reconocer su pasado colonial y esclavista. Solo así podrá aspirar a un estado de bienestar global que garantice salud, educación, seguridad social y vivienda universales.
Internacionalismo o sumisión
Estas políticas no llegarán solas. Con una Europa cada vez más conservadora y escorada a la extrema derecha, solo la movilización ciudadana, la organización y el compromiso social pueden cambiar el rumbo. Romper el miedo, recuperar la empatía y llenar los parlamentos de personas íntegras que trabajen por la humanidad es fundamental.
Es imprescindible impulsar una Europa igualitaria que fomente un desarrollo local, regional e internacional sostenibles, apostando por un internacionalismo basado en cooperación y solidaridad, y priorizando los intereses globales sobre el individualismo que nos debilita.
Necesitamos implicar a jóvenes y mayores, generar ilusión y compromiso, fortalecer el tejido social y redescubrir el placer de ser humanos.
Porque, si no lo hacemos hoy, mañana será demasiado tarde.
JCVV / El Internacionalista convencido

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