"La actualidad parece sacada de una película de los
hermanos Marx y de Gila, aquel genial humorista crítico español".
El gran aliado de Europa, Estados Unidos, no para de darle
sustos: tacha a Europa de egoísta y pretende apropiarse de Groenlandia, un
territorio autónomo de Dinamarca que seguirá siendo miembro de la Unión Europea
mientras su población así lo decida.
En este desternillante camarote grouchiano, EE.UU. ahora
también quiere cobrar la ayuda que brindó a Ucrania desde 2022, estimada en
unos 111.000 millones de euros. La propuesta estadounidense exige que Ucrania
devuelva esta ayuda con intereses, apropiándose del 50% de los ingresos
derivados de la explotación de sus recursos naturales; arrebatando parte de ese
privilegio a Europa, a la oligarquía y al sufrido pueblo de Ucrania.
En solo tres meses, la política estadounidense ha dinamitado
las reglas del comercio mundial vigentes desde la Segunda Guerra Mundial y los
acuerdos de Bretton Woods de 1944, que permitieron mantener su hegemonía en el
capitalismo financiero, reforzada en los años 80 con el neoliberalismo.
Con el ascenso de mercados emergentes y países del Sur
Global, se evidencia una dicotomía: EE.UU. presenta déficit comercial, pero
continúa recibiendo enormes cantidades de capital. Según el informe Letta, solo
desde Europa se transfieren anualmente hacia Estados Unidos unos 300.000
millones de euros.
En medio de este espectáculo absurdo, EE.UU., a través de su
presidente elegido democráticamente, ha declarado una guerra comercial al mundo
entero, incluyendo países tan pequeños como Lesoto, una nación africana que,
según afirmó recientemente este mandatario, "nadie conocía hasta hace unos
días". Ahora, EE.UU. le impone un arancel del 50% sobre todas sus
exportaciones. Aunque Lesoto produce diamantes, sus principales exportaciones
hacia EE.UU. son prendas textiles, sector que emplea a unas 40.000 personas en
un país de apenas 2,3 millones de habitantes. Estos aranceles amenazan
gravemente su frágil economía.
Mientras tanto, Panamá, pensando en una nueva intervención
norteamericana sobre su territorio, posiblemente recuerde las víctimas civiles
(entre 2.000 y 4.000) causadas por la invasión estadounidense de 1989. En ese
ataque murió también el fotoperiodista vasco Juantxu Rodríguez, abatido por un
francotirador estadounidense. En 2019, tras décadas de lucha, la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos determinó que EE.UU. debía indemnizar a las
víctimas, algo que hasta hoy siguen esperando tanto la familia del periodista
como el pueblo panameño.
Canadá, por su parte, está cosiendo enormes banderas y
marcando sus productos con el sello "Made in Canada" para evitar
convertirse en el estado número 51 de la Unión.
¿Y cuál es la respuesta europea? Armarse contra la Rusia
imperialista, país que sin duda también practica un militarismo agresivo, como
tantos otros "vaqueros del este, oeste, norte y suroeste" y el
pistolero mayor de Oriente Medio. Esto recuerda a esos padres que enseñan a sus
hijos a responder a la violencia con más violencia, perpetuando así un ciclo
interminable.
Como diría Groucho Marx: "La política es el arte de
buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después
los remedios equivocados". Y probablemente añadiría: "Estos son mis
principios. Si no le gustan, tengo otros".
Quizá la Unión Europea debería plantearse también tener
otros principios.
Este cambio de paradigma global podría impulsar una Europa
más social, inclusiva e igualitaria, que reconozca y supere su pasado
colonialista; una Europa con políticas migratorias humanizadas y una economía
al servicio de las personas, sin muros ni concertinas, garantizando vías
seguras para la migración. Porque más del 90% de las personas, aunque sufran,
permanecen en sus lugares de origen, y quienes migran suelen hacerlo hacia
otros países del Sur Global.
Necesitamos una ciudadanía inclusiva, sin guetos, con acceso
a vivienda digna, trabajos estables y salarios mínimos reales ajustados al
coste de vida.
Una Europa que lleve adelante un modelo social feminista,
erradicando la violencia machista mediante la protección integral de las
víctimas, rompiendo los techos de cristal que limitan a la mitad de su
población—las mujeres—, garantizando la igualdad en los sistemas educativos e
implantando un sistema público europeo de cuidados para personas dependientes,
infancia y mayores.
Una Europa que combata la discriminación estructural,
elimine discursos y delitos de odio y erradique el racismo institucional
presente en ámbitos como policía, vivienda y empleo; que refleje su diversidad
en medios e instituciones públicas, incluyendo a minorías étnicas, migrantes y
comunidades LGTBIQ+.
Una Europa abierta al diálogo con el Sur Global para el
reconocimiento y reparación histórica, creando comisiones que investiguen e
incluyan en los currículos educativos los impactos del colonialismo, la
esclavitud y el expolio.
Podríamos apostar por una cooperación real entre
instituciones y movimientos sociales del Norte y Sur Global, estableciendo
fondos solidarios que no sean solo económicos, sino que incluyan la devolución
del patrimonio cultural expoliado.
Esta vieja Europa podría rejuvenecer impulsando una economía
justa, con fiscalidad equitativa que garantice buenos servicios públicos,
sostenibilidad ambiental y justicia climática, rechazando cualquier forma de
neocolonialismo "verde".
Una Europa ética, con códigos responsables para las empresas
europeas que operan en el Sur Global, profundizando en la democratización
mediante referéndums y democracia directa frente al exceso de tecnocracia.
Impulsemos una Europa solidaria e internacionalista que
apueste por la justicia, el diálogo y la paz, promoviendo una reforma integral
de Naciones Unidas sin privilegios ni vetos, donde participen todos los países
de manera equitativa. Quizá así lograríamos realmente los objetivos de la
Agenda 2030 para beneficio del bien común global.
Necesitamos una Europa que nos haga sentir parte de ella,
invirtiendo en ciencia, tecnología e inteligencia artificial propias y éticas,
cultura, educación, sanidad y un futuro verdaderamente inclusivo. Y si se
acerca el enemigo, siempre podremos llamar al gran Miguel Gila: "Oiga, ¿es
el enemigo? ¿Podrían dejar de disparar un momento, que vamos a salir
todos?"
"Haz el humor y no la guerra."
JCVV / El
Internacionalista