domingo, 27 de abril de 2025

LAS ACTIVIDADES CULTURALES NOS HACEN MÁS HUMANOS



Las actividades culturales nos hacen humanos
. Nos impulsan a crear, nos emocionan, nos conectan con la vida y con los demás. Por eso, invertir en su promoción y diversidad no es un lujo: es un derecho básico que nos enriquece.


No basta con programar eventos; hay que acercar la cultura a todas las personas —niñas, niños, jóvenes, mayores, población migrante— mediante estrategias que involucren a las personas como creadoras, no sólo como público. Esto es fundamental para construir sociedades inclusivas, pues fomenta el diálogo intercultural y enriquece nuestra identidad colectiva.

Vivir el teatro, el cine, la danza o el arte local e internacional nos despierta la curiosidad, la empatía y hasta nos revela quiénes somos.

¡Comparte y crea en estos espacios! Sin público no hay artistas; sin artistas no hay historias, y sin historias, perdemos nuestra esencia. Llena estos lugares, aplaude su magia y déjate transformar. La cultura es el elixir que nos mantiene vivos.

sábado, 5 de abril de 2025

LA ACTUALIDAD PARECE SACADA DE UNA PELÍCULA DE LOS HERMANOS MARX Y GILA

 


"La actualidad parece sacada de una película de los hermanos Marx y de Gila, aquel genial humorista crítico español".

El gran aliado de Europa, Estados Unidos, no para de darle sustos: tacha a Europa de egoísta y pretende apropiarse de Groenlandia, un territorio autónomo de Dinamarca que seguirá siendo miembro de la Unión Europea mientras su población así lo decida.

En este desternillante camarote grouchiano, EE.UU. ahora también quiere cobrar la ayuda que brindó a Ucrania desde 2022, estimada en unos 111.000 millones de euros. La propuesta estadounidense exige que Ucrania devuelva esta ayuda con intereses, apropiándose del 50% de los ingresos derivados de la explotación de sus recursos naturales; arrebatando parte de ese privilegio a Europa, a la oligarquía y al sufrido pueblo de Ucrania.

En solo tres meses, la política estadounidense ha dinamitado las reglas del comercio mundial vigentes desde la Segunda Guerra Mundial y los acuerdos de Bretton Woods de 1944, que permitieron mantener su hegemonía en el capitalismo financiero, reforzada en los años 80 con el neoliberalismo.

Con el ascenso de mercados emergentes y países del Sur Global, se evidencia una dicotomía: EE.UU. presenta déficit comercial, pero continúa recibiendo enormes cantidades de capital. Según el informe Letta, solo desde Europa se transfieren anualmente hacia Estados Unidos unos 300.000 millones de euros.

En medio de este espectáculo absurdo, EE.UU., a través de su presidente elegido democráticamente, ha declarado una guerra comercial al mundo entero, incluyendo países tan pequeños como Lesoto, una nación africana que, según afirmó recientemente este mandatario, "nadie conocía hasta hace unos días". Ahora, EE.UU. le impone un arancel del 50% sobre todas sus exportaciones. Aunque Lesoto produce diamantes, sus principales exportaciones hacia EE.UU. son prendas textiles, sector que emplea a unas 40.000 personas en un país de apenas 2,3 millones de habitantes. Estos aranceles amenazan gravemente su frágil economía.

Mientras tanto, Panamá, pensando en una nueva intervención norteamericana sobre su territorio, posiblemente recuerde las víctimas civiles (entre 2.000 y 4.000) causadas por la invasión estadounidense de 1989. En ese ataque murió también el fotoperiodista vasco Juantxu Rodríguez, abatido por un francotirador estadounidense. En 2019, tras décadas de lucha, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos determinó que EE.UU. debía indemnizar a las víctimas, algo que hasta hoy siguen esperando tanto la familia del periodista como el pueblo panameño.

Canadá, por su parte, está cosiendo enormes banderas y marcando sus productos con el sello "Made in Canada" para evitar convertirse en el estado número 51 de la Unión.

¿Y cuál es la respuesta europea? Armarse contra la Rusia imperialista, país que sin duda también practica un militarismo agresivo, como tantos otros "vaqueros del este, oeste, norte y suroeste" y el pistolero mayor de Oriente Medio. Esto recuerda a esos padres que enseñan a sus hijos a responder a la violencia con más violencia, perpetuando así un ciclo interminable.

Como diría Groucho Marx: "La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados". Y probablemente añadiría: "Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros".

Quizá la Unión Europea debería plantearse también tener otros principios.

Este cambio de paradigma global podría impulsar una Europa más social, inclusiva e igualitaria, que reconozca y supere su pasado colonialista; una Europa con políticas migratorias humanizadas y una economía al servicio de las personas, sin muros ni concertinas, garantizando vías seguras para la migración. Porque más del 90% de las personas, aunque sufran, permanecen en sus lugares de origen, y quienes migran suelen hacerlo hacia otros países del Sur Global.

Necesitamos una ciudadanía inclusiva, sin guetos, con acceso a vivienda digna, trabajos estables y salarios mínimos reales ajustados al coste de vida.

Una Europa que lleve adelante un modelo social feminista, erradicando la violencia machista mediante la protección integral de las víctimas, rompiendo los techos de cristal que limitan a la mitad de su población—las mujeres—, garantizando la igualdad en los sistemas educativos e implantando un sistema público europeo de cuidados para personas dependientes, infancia y mayores.

Una Europa que combata la discriminación estructural, elimine discursos y delitos de odio y erradique el racismo institucional presente en ámbitos como policía, vivienda y empleo; que refleje su diversidad en medios e instituciones públicas, incluyendo a minorías étnicas, migrantes y comunidades LGTBIQ+.

Una Europa abierta al diálogo con el Sur Global para el reconocimiento y reparación histórica, creando comisiones que investiguen e incluyan en los currículos educativos los impactos del colonialismo, la esclavitud y el expolio.

Podríamos apostar por una cooperación real entre instituciones y movimientos sociales del Norte y Sur Global, estableciendo fondos solidarios que no sean solo económicos, sino que incluyan la devolución del patrimonio cultural expoliado.

Esta vieja Europa podría rejuvenecer impulsando una economía justa, con fiscalidad equitativa que garantice buenos servicios públicos, sostenibilidad ambiental y justicia climática, rechazando cualquier forma de neocolonialismo "verde".

Una Europa ética, con códigos responsables para las empresas europeas que operan en el Sur Global, profundizando en la democratización mediante referéndums y democracia directa frente al exceso de tecnocracia.

Impulsemos una Europa solidaria e internacionalista que apueste por la justicia, el diálogo y la paz, promoviendo una reforma integral de Naciones Unidas sin privilegios ni vetos, donde participen todos los países de manera equitativa. Quizá así lograríamos realmente los objetivos de la Agenda 2030 para beneficio del bien común global.

Necesitamos una Europa que nos haga sentir parte de ella, invirtiendo en ciencia, tecnología e inteligencia artificial propias y éticas, cultura, educación, sanidad y un futuro verdaderamente inclusivo. Y si se acerca el enemigo, siempre podremos llamar al gran Miguel Gila: "Oiga, ¿es el enemigo? ¿Podrían dejar de disparar un momento, que vamos a salir todos?"

"Haz el humor y no la guerra."

JCVV / El Internacionalista

miércoles, 2 de abril de 2025

LA BUENA POLITICA ES HACER CREER A LA GENTE QUE ES LIBRE. (Napoleón Bonaparte)

 "La buena política es hacer creer a la gente que es libre". (Napoleón Bonaparte)


Y me pregunto yo: ¿con qué legitimidad el presidente francés Emmanuel Macron—reelegido en 2022 con un menguante 58,54 % en segunda vuelta y una abstención histórica del 28,2 %, la más alta en más de medio siglo—se erige como supuesto líder de Europa? ¿Y su nuevo aliado, el laborista británico Keir Starmer, gobernante de un país que mostró desprecio hacia Europa con un Brexit respaldado por el 52 % de la población?

El neoliberal Macron, que gobierna sin mayoría absoluta (su coalición "Ensemble" obtuvo apenas 250 de los 577 escaños en 2022), busca exhibir ardor guerrero para recuperar visibilidad, mientras su popularidad se desploma tan rápido como aumenta la deuda pública francesa, alcanzando el 112,9 % del PIB en 2024. Además, enfrenta un creciente rechazo de varias de sus excolonias africanas, lo que implicaría elevados costes económicos y geopolíticos en medio de un déficit fiscal desenfrenado del 5,5 %. Sin olvidar que Francia lleva años sufriendo protestas masivas y huelgas que reflejan un profundo malestar social, desde los chalecos amarillos en 2018 hasta las 800.000 personas movilizadas contra la reforma de pensiones en 2023.

Por su parte, el primer ministro británico Keir Starmer enfrenta igualmente un profundo descontento social por políticas cuestionables de su gobierno. Con un anémico crecimiento económico del 0,8 % en 2024 y un gasto militarista en máximos históricos (2,5 % del PIB), destacando que el Reino Unido anticipa drásticos recortes en el gasto público para sostener ese militarismo.

Ambos dirigentes comprenden que necesitan visibilidad urgente frente al creciente escepticismo hacia los políticos tradicionales y la democracia, particularmente entre la juventud francesa y británica.

Pero, ¿con qué autoridad moral este eje franco-británico—sin mandato popular europeo—amenaza con enviar "voluntarios" militares a Ucrania?

Dan miedo estos aprendices napoleónicos, cargados de testosterona y obsesionados con el belicismo, dispuestos a enviarnos a la guerra para preservar una Europa clasista donde las élites tienen acceso privilegiado a oportunidades y acumulación de patrimonio. No olvidemos que desde principios de siglo la clase media europea viene menguando progresivamente, debido a salarios congelados, precariedad laboral y un constante aumento del costo de vida. En el Reino Unido, esta desigualdad alcanza proporciones dramáticas, siendo una de las mayores brechas de clase en Europa occidental.

¿Qué mundo nos ofrecen, cuando uno de cada cinco franceses vive bajo el umbral de la pobreza y 4,3 millones de británicos dependen de bancos de alimentos?

¿Dónde quedaron el sentido común, la coherencia y la responsabilidad con la humanidad? Macron, un exbanquero sin experiencia militar, y Starmer, un abogado de derechos humanos que hoy posa orgulloso junto a armamento nuclear.

¡Queréis guerra! Pues que cojan el teléfono e inviten al resto de líderes—Trump, Netanyahu, Putin, Zelenski, Von der Leyen, Mark Rutte— a cavar profundas trincheras en la primera línea del frente.

Imaginad los titulares: "Dirigentes mundiales resisten estoicos en el más duro de los combates". Quizás entonces, comprendan, entre explosiones y barro, que su ardor guerrero solo genera caos y que, en este mundo en crisis, conflictos bélicos criminales, desastres climáticos, polarización política y retrocesos democráticos, la única solución viable es el diálogo sincero y una inversión profunda en cultura para conocernos y entendernos mejor.

Tal vez, en esos duros momentos, recuerden que el himno de la Unión Europea proviene del poema "Oda a la Alegría", escrito por Friedrich Schiller en 1785, que habla precisamente de hermandad y humanidad, valores que Beethoven musicalizó de manera magistral.

¿Será que escuchamos demasiados tambores de guerra y poca música clásica?

El internacionalista convencido

Trumpismo: cuando el imperio contraataca

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