viernes, 28 de febrero de 2025

LA GOBERNANZA DE UN LOCO

 





Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos le arrebató a Europa el tablero de ajedrez y se convirtió en el dueño y señor de las fichas blancas. Pronto se acostumbró a jugar la partida con el privilegio de mover la primera pieza y asestar el primer golpe. Sus estrategias del Plan Marshall para Europa y la "guerra de baja" intensidad en el Sur Global le salió a la perfección: alfiles, torres, caballos y peones bien posicionados; reglas multilaterales subordinadas a sus movimientos en el tablero; y organizaciones como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio (OMC), todas alineadas con sus intereses estratégicos. No había contrincante capaz de soportar una estrategia tan calculada, ni siquiera la Unión Soviética, con sus expertos en este juego de guerra.

Sin embargo, su propia avaricia terminó traicionándolo. Una vez derrotado el bloque soviético, su ansia de poder y control desató el liberalismo económico, que, ávido de ganancias, impulsó la internacionalización de sus empresas en el mundo global, especialmente en China. Como dice la frase atribuida Napoleón: "Cuando China despierte, el mundo temblará." Y China ha despertado. El renacido gigante asiático se expande sigilosamente por el mundo, comprando deuda, invirtiendo en puertos estratégicos y en innumerables materias primas en Asia, África y América Latina, demostrando que puede sostener la partida, incluso jugando con fichas que no son blancas.
La respuesta de Estados Unidos ha sido el miedo: miedo a perder la partida. Por ello, ha decidido romper el tablero y comenzar un juego diferente, uno en el que pueda volver a asestar el primer golpe. Para lograrlo, necesitaba la "gobernanza del loco": una figura que le permitiera actuar con las manos libres, crear nuevas reglas que no podría implementar en un entorno democrático, impresionar y embelesar a la opinión pública de su país, confundir y desmembrar a Europa, frenar la Ruta de la Seda china en el continente euroasiático y detener su avance en Oriente mediante guerras que parecen ajenas. Además, requería desarrollar una estrategia armamentística en el Pacífico y debilitar a una Rusia con aspiraciones imperiales.
Si la jugada salía bien, existía la posibilidad de que Rusia se desmembrara, lo que dejaría a China desprotegida en su frontera norte. Si no funcionaba como esperaban, siempre podrían negociar con una Rusia profundamente debilitada.
Aunque no tienen claro cómo ganar la partida contra China, sí saben que su estrategia requiere de un gobernante capaz de poner el mundo patas arriba. Si el plan resulta exitoso, será una jugada maestra; si fracasa, al menos habrán ganado tiempo para buscar otras estrategias que les permitan enfrentarse al coloso chino.
El internacionalista convencido

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