Es inevitable mirar el Atlántico desde un cayuco de Senegal y pensar en todos los jóvenes que se embarcan en busca de una vida mejor para apoyar a sus familias. Es inevitable pensar en quienes logran llegar a Europa y en quienes no, en sus madres, compañeras, y en sus hijas e hijos que se quedan atrás. Es inevitable pensar en el frío de la noche, en las olas y en el olor a gasóleo que desprende el cayuco. Es inevitable pensar en las lágrimas nostálgicas de estas personas, en la tristeza y el miedo de sus pensamientos, que se revuelven con el vaivén de las olas.
JCCVV / El Internacionalista convencido

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