DEL COLAPSO PARALIZANTE A LA REACCIÓN COLECTIVA
Cómo recuperar el sentido en sociedades gaseosas
Vivimos en una sociedad en constante movimiento de
desconcierto. Durante siglos, la humanidad habitó un mundo sólido, que
transmitía cierta seguridad de generación en generación. Con la modernidad,
entramos en una etapa líquida: más flexible, pero inestable. Y ahora
transitamos lo gaseoso: un tiempo que ocupa todo el espacio, que se expande sin
cesar, pero con poca fuerza de atracción entre sus partículas.
En el Norte global, desde la crisis de 2008 y, sobre todo, tras la pandemia, nos hemos instalado en una emergencia permanente. Las personas sencillas, que viven de su trabajo, nunca han tenido nada asegurado del todo. Pero el Estado de Bienestar creado tras la Segunda Guerra Mundial ofrecía una cierta estabilidad: garantizaba mínimos, generaba bienestar social y contenía posibles estallidos de descontento que pudieran poner en peligro el poder económico reinante. Hoy esas certezas se han desvanecido: el trabajo, la vivienda, la política, el futuro.
En medio de esta ansiedad y colapso cotidiano, el poder económico ha sabido adaptarse: ya no necesita invertir en un Estado de Bienestar, ni siquiera reprimir. Le basta con mantenernos distraídos y divididos en un mundo virtual y tecnológico.
En el Imperio romano se necesitaba “pan y circo” para controlar a las masas. Luego llegaron los deportes de masas, más tarde los reality shows. Hoy, todo se ha convertido en espectáculo: la guerra, la cultura, la vida cotidiana. Un espectáculo en el que ya no somos simples espectadores, sino parte de un elenco obligado a figurar y actuar. El espectáculo se ha digitalizado y nos arrastra como protagonistas deseosos de visibilidad. Nuestros smartphones se han convertido en el espejo de la reina de Blancanieves: alimentan nuestro narcisismo y nuestro miedo al anonimato, despertando nuestro ego más oscuro y volviéndonos adictos a la aprobación.
Así, mientras soñamos con ser parte del show, perdemos la capacidad de actuar en colectivo.
Y mientras tanto, todo se fragmenta.
La religión ya no ofrece refugio espiritual.
La política se ha convertido, en muchos casos, en otro
reality.
El clima colapsa.
La guerra se vuelve rutina en nuestras pantallas.
El diagnóstico es claro: el planeta se deteriora, y toda la vida que contiene también. Para remediar esta peligrosa enfermedad de la avidez, necesitamos estrategia. Y crear espacios donde repensar lo común y el lugar que habitamos.
No es tarea fácil. No hay respuestas mágicas ni inmediatas. Pero podemos comenzar con estas cuatro pistas para reconstruir el camino hacia el bien común global:
1. Reconstruir comunidad
Sin comunidad, no hay sujeto político. Necesitamos recuperar espacios donde compartir ideas y reflexiones que puedan transformarse en acciones. Espacios donde podamos asumir nuestra vulnerabilidad, practicar el apoyo mutuo y la acción conjunta. Lo común debe volver a ser central, no como eslogan, sino como práctica cotidiana que nos permita avanzar como sociedad.
2. Repolitizar la cultura
No basta con entretener. Necesitamos una cultura que nos ayude a sentir, pensar y actuar. Una cultura donde el arte no esté enlatado por el poder económico como una forma de anestesia, sino que sirva como semilla de cambio. Donde estalle nuestra creatividad más inspiradora.
3. Reencarnar la política
La política no puede vivir en la confrontación continua ni estar dominada por discursos de odio, ni acaparada por especialistas. Necesitamos hacer política en los barrios, en las calles, recuperar el tiempo compartido en el ágora. Apostar por una política de la empatía y la solidaridad, ética y coherente con el mundo que habitamos.
4. Reeducar el deseo
Se nos educa en la competencia, el consumo y el éxito. Necesitamos recuperar la enseñanza del saber frente al tener, el deseo de justicia, igualdad, empatía y coherencia. Sin transformación del deseo, no hay transformación del mundo.
Y quizás lo más urgente: volver a tener espacios físicos donde encontrarnos. Ateneos, cafés, plazas, centros sociales. Lugares donde lo disperso pueda condensarse, donde lo gaseoso encuentre contención y se canalice como fuerza motora.
Podemos inspirarnos en las viejas cafeteras italianas, donde el agua caliente se transforma en vapor y, al pasar por el café molido, libera sus aromas más energéticos. Esa fragancia nos ayuda a comenzar el día con fuerza.
Hoy, más que nunca, necesitamos esos aromas que despierten un impulso colectivo. Porque el colapso es real. El drama que viven millones de personas también. Pero también lo es la posibilidad de despertar y reorganizarnos por el bien común global.
JCVV / El Internacionalista

