Érase una vez una gata negra
Un astuto animal que logró convencer al granjero de la importancia de dejarla entrar en su propiedad para poder moverse libremente por el entorno del caserío sin que la echaran.
Para conseguirlo, debía demostrar que, por las noches, ahuyentaría a los ratones y demás alimañas.
Si hacía bien su trabajo y no molestaba demasiado, podría disfrutar del hogar del caserío durante mucho tiempo.
Cada noche, cuando el granjero dormía, la gata hablaba con los animales de la granja, desde el burro hasta las gallinas. Les hablaba de cultura, de revolución, de cambio, de libertad y de justicia.
Con su sigilo y paciencia, poco a poco, lograría encender una revolución que iría del establo al gallinero.
En el caserío había que tener mucho cuidado con los perros, que mordían todo aquello que rompiera el statu quo de la granja, y con el peligroso ego y narcisismo de los gallos.
La gata nunca debía olvidar que no era tarea fácil, porque para acabar con el dominio de los granjeros había que coordinarse también con el resto de felinos. Eso sí, siempre cuidando su finura y elegancia para no perder ninguna de sus siete vidas.
Esta era su guerra de baja intensidad contra los granjeros, sus privilegios y sus injusticias.
El conocimiento y la cultura son las herramientas más poderosas contra la opresión y la estupidez. Ambas son la llave que abre el camino hacia el bien común global.
JCVV / El Internacionalista convencido
